De entre los instrumentistas de viento, los clarinetistas se
pueden sentir privilegiados, por tener uno de los repertorios de mayor calidad
de su grupo. Tan sólo citando a Mozart o Brahms ya tenemos unas cuantas obras
maestras que serán la envidia de flautistas, oboistas, etc. El quinteto o el
concierto de Mozart, las sonatas de Brahms o el quinteto de éste último, que es
la obra que nos ocupa.
El Quinteto op. 115 está compuesto para clarinete y cuarteto
de cuerdas, y es una obra magnífica, no sólo en el repertorio del clarinete
sino en toda la música de cámara. Está compuesta en la tonalidad de Si menor,
una tonalidad no muy brillante, y que se convierte en manos de Brahms en una
tonalidad nostálgica, algo otoñal por así decirlo.
La versión que nos ocupa está a cargo del magnífico Jack
Brymer y el Allegri String Quartet. Jack Brymer, uno de los más famosos
clarinetistas británicos, fue un personaje peculiar. Prácticamente autodidacta,
consiguió llegar a lo más alto en su país, tocando en las más famosas
orquestas, y además sin dejar de lado otro tipo de repertorios menos
"serios", como el jazz o la música ligera.
En cuanto al Cuarteto Allegri, en esta ocasión estaba
compuesto por Peter Carter, David Roth, Prunella Pacey y Bruno Schrecker. Y
recalco lo de "en esta ocasión" por la cantidad de gente que ha
pasado por sus atriles: nada menos que 5 instrumentistas diferentes por cada
instrumento, según la Wikipedia.
El sonido del cuarteto se adapta de maravilla a la obra de
Brahms: es un sonido redondo, poco brillante, algo mate pero enormemente
expresivo. Escuchemos el comienzo del quinteto:
En la entrada del clarinete se puede escuchar el fantástico
sonido de Brymer, muy peculiar, por otra parte; un sonido definido, con un
cierto ataque (muy diferente, por ejemplo, de la sedosidad de Karl Leister)
pero que tiene una manera muy curiosa y atractiva de mantener las notas largas,
como dejándolas caer y añadiendo un ligerísimo vibrato.
Escuchemos también, en el minuto 0:45 del ejemplo anterior,
la manera delicada en la que la cuerda toca la melodía, dosificando
perfectamente el volúmen para llegar al forte un poco más tarde con un gran
efecto
Otro ejemplo del cuidado del sonido de este grupo es el
comienzo del segundo movimiento.
El clarinete, delicadísimo, vuela sobre una cuerda con
sordina que le brinda un acompañamiento mullido y redondo. Destacaré también,
en el minuto 1:12, la manera mágica en la que toca la cuerda: con un hilo de
sonido, de una gran expresión pero sin caer en la tentación de que suene
extrovertido o brillante, sino todo lo contrario: una sensación de relajación
increíble. Parece como si el tiempo se detuviera y no hubiera ninguna prisa...
El último fragmento que citaré es la parte central de este
mismo movimiento, una parte libre, de tipo rapsódico, y que es la que recibe
mayor número de versiones diferentes entre los clarinetistas que tocan esta
obra.
En el minuto 0:41 Jack Brymer opta por un sonido resonante,
que suena como si fueran campanadas: cada nota se relaja una vez atacada, y
aparece un poco de vibrato (¡vibrato en el clarinete, qué horror!, dirán todos
los clarinetistas del mundo mundial...). Decidme si no es original y atractiva
esta manera de interpretar este fragmento central.
Tengo otras versiones de esta magnífica obra:
Leister-Amadeus, Leister-Brandis, Stolzman-Tokyo e incluso la de Lluna-Tokyo
(Joan Enric Lluna, espléndido clarinetista y además, amigo), pero ésta de Jack
Brymer y el Allegri Quartet sigue estando en lo más querido de mi discoteca,
por muchos años que pasan.
Completa el disco un Adagio de un tal Heinrich Joseph
Baermann (1784-1847), que no sé por qué extraña razón pasó muchos años por ser
una obra de Wagner, nada menos. Incluso en la carátula del disco así lo dice.
Es una obrita agradable, del estilo de Weber, que no aporta gran cosa, y que
además después de la maravilla de Brahms palidece enormemente. Siempre queda el recurso
de apagar el Compact disc una vez se ha escuchado el último acorde de Brahms...
No hay comentarios:
Publicar un comentario